viernes, 28 de febrero de 2014

8.- ¿Europa a toda costa?

  El 15 M no es un fenómeno exclusivo de España, afortunadamente. Se ha extendido por otros lugares de Europa y del mundo. Con diferente intensidad, las consecuencias que la crisis nos deja en la sociedad afecta a grandes capas de la población, especialmente a las capas de los más jóvenes, los que buscan su primer empleo o los que buscan dar forma  a un proyecto de vida. El paro juvenil -menores de treinta años- es el mayor de  la historia de Europa. Europa necesita corregir esta situación injusta y empobrecedora.
            Pero las medidas correctoras, todas  persiguiendo el control del déficit, no dan su fruto. Y responden a la ideología dominante. Son medidas de derecha, del liberalismo económico que se estrelló en la crisis de 29 sin atajarla. Y ahora vamos por el mismo camino. Crece el desempleo, no mejora la competitividad de las empresas europeas, no cesa el acoso de los mercados, al tiempo que los estados se ven incapaces de cuadrar sus cuentas por la disminución de sus ingresos y el aumento de los costes sociales. La sensación que se percibe es que  Merkel es íntegramente alemana y escasamente europea. Reconozco que la afirmación que sigue no es políticamente correcta, pero sírvame como disculpa, al menos, que es absolutamente cierta. Desde el siglo XIX no ha habido situación conflictiva en Europa que no haya tenido su génesis en actitudes alemanas, sin olvidar la ceguera de los vencedores en la Primera Guerra Mundial.
            Nos abruman cada día con los avatares de la prima de riesgo, las pérdidas de la Bolsa,  los sufrimientos del capital, pero el drama verdadero está en la vida de cada individuo sin horizonte, sin esperanza, sin futuro; en las colas de los comedores de beneficencia. Ese es el drama.
            Así que en nuestras reivindicaciones no podemos olvidarnos de Europa. Forma parte de nuestro problema, porque le hemos concedido parte de nuestra soberanía ¿Qué hacemos con ella? Las posibilidades no son demasiadas. Se han definido claramente en muchas ocasiones y todas tienen, desde luego, su carga ideológica y su razón de ser.
            Los nacionalismos y las posiciones populista que florecen en época de crisis institucional proponen que cuanto menos Europa, mejor para los países. Habrá que recordarles que la Unión Europea, en su génesis, surge como consecuencia de su conciencia de debilidad política y económica  en el mundo globalizado, buscando fortaleza. Menos Europa significa debilidad extrema en este mundo convulso. Es precisamente esta debilidad, por un diseño defectuoso, uno de los lastres que nos mantienen casi indefensos en la tormenta de la crisis.
            Los europeístas, entre los que me cuento, pensamos que mientras más Europa mejor, pero estableciendo una unidad política  y fiscal eficaces, que sirvan para superar los intereses nacionales que ahora nos atosigan. Una Europa más solidaria y más eficaz para afrontar los problemas comunes. Una especie de país multinacional, con el mayor producto interior bruto del mundo, con quinientos millones de habitantes, con un enorme grado de desarrollo en los derechos humanos y en las conquistas políticas y sociales parece un buen lugar para vivir. Habrá que corregir errores de diseño y fortalecer su influencia en el mundo, del que debería ser referencia. Ahora, sin embargo, es presa frágil frente a la especulación y al liberalismo radical que atenta contra las conquistas ciudadanas.
            Alguien habrá oído, sin duda, que Europa es insostenible porque un chino trabaja más horas que nosotros y gana 90 euros al mes. Es el mensaje cínico del capital que vive en la Europa desarrollada e incomparable en cuanto a los servicios y a la organización social, pero invierte en Asia, donde los pobres son legión y ninguna legislación protege sus derechos. Mañana la ciudad sin ley será África y allí acudirán a galope los cuatreros. A un ciudadano que recibe ese mensaje sólo le cabe la indignación del humillado. No puede modificar el orden establecido. La globalidad es un medio feroz. 
       Pero Europa si puede, con políticas comunes, coherencia y la fortaleza de su población, su desarrollo, su nivel de vida y su sistema legal. O debe intentarlo, defendiendo nuestro sistema de vida y nuestros logros sociales. Es su obligación y la nuestra. Porque Europa no es un ente de razón, somos nosotros, sus ciudadanos. No hay proyecto más digno para este continente, ninguno que nos uniera más, que humanizar ese sistema injusto e insostenible que conocemos como mundo global y que sirve de disculpa moral indiscutible para obtener beneficios inmorales y para la explotación humana donde se den las condiciones para ello.
            Hay quien piensa que basta con la Europa que tenemos, sin más unidad política ni fiscal; es el caso de Alemania. Le va bien así. Pero, por lo que vemos, sólo a ella. Exporta más que nadie a China, que es un mercado deseable. Debiera haber aprendido que, en pocos años, los chinos les copiarán los productos que importan. Compran para desmontar, analizar, y reproducir el modelo. Debiera saber que su mercado más seguro está en una Europa solidaria, si se toman las medidas para salir de la recesión. Quizá en esta posición podamos colocar, también, al Reino Unido, un socio poco convencido, que se ha reservado su moneda, su espacio económico a salvo de indiscretas miradas, y no es en absoluto partidario de mayor unidad política o fiscal.
            Por último, en el furgón de los agraviados, de los países más afectados por la crisis y más duramente golpeados por las duras condiciones que les han impuesto sus socios europeos, gana adeptos la opinión de que lo más saludable es abandonar la zona euro. Al tiempo, vuelven a ondear las esvásticas- su remedo evidente- y los neonazis llegan a algunos parlamentos. Mala señal.
La Europa a la que hoy aspiramos, en realidad, no ha existido nunca. Habrá que construirla, conscientes de que el punto de partida ha situado a los pueblos que la integran en puntos muy distantes entre sí. La organización primitiva de la sociedad que habitaba Europa era muy diferente en los dos parámetros que sirven para definirla: el tipo de organización familiar y las formas de propiedad y explotación de la tierra. Y esas manifestaciones, ni siquiera tenían que ver con la distribución de las fronteras nacionales que hoy conocemos.
El sur, el denostado sur, de Europa tiene una cultura milenaria, muy anterior al cristianismo, plasmada en su alfabeto , instrumento que deja cada hallazgo a disposición de las generaciones posteriores; en su organización social; en los avances de la ciudad y de las comunicaciones; en la creación de tradición y de cultura;  en su organización militar y en sus procedimientos de conquista y de colonización; en la organización de su economía; en el afán por dotar a su vida de comodidades y en la administración de los placeres; en la justificación moral de todo ello mediante el pensamiento organizado, la Filosofía; en el esfuerzo sistemático por comprender las reglas que marcan el devenir de los acontecimientos humanos y los fenómenos naturales, es decir , la Historia y las Ciencias. Todos esos aspectos nos hablan de una civilización no superior, sino única en toda la extensión del continente. Y tiene mentalidad abierta y relativizadora. Las bases de su cultura no son únicas; son la amalgama de muchas experiencias, el fruto de muchos mestizajes, el resultado del injerto de múltiples esquejes en el árbol milenario de una cultura rica, plural, e inclusiva. 
Eso ha hecho del sur un territorio poco dado a aceptar ninguna autoridad indiscutible. Durante algunos siglos el cristianismo, convertido en una forma de poder, cambió esa percepción de nuestra vida. Pero la religiosidad fue en muchos casos entendida como un convencionalismo social imprescindible; nunca garantizó una moralidad intachable en ningún estamento social. La libertad es el valor supremo. En el alma del sur siempre está presta a germinar la semilla de la rebelión.
Muy al contrario, el norte, hoy rico, rígido, soberbio, no salió, en realidad, de la prehistoria hasta el advenimiento del cristianismo que llevaba consigo el alfabeto latino y su capacidad de crear tradición escrita, instituciones aprendidas del sur y organización social en torno a una cultura compartida. Su principal elemento de cohesión fue, precisamente, la religión. 
Y cuando Colón andaba enfrascado en la labor de descubrir un nuevo continente, la Europa cristiana andaba enfrascada en su escisión más llamativa. La reforma protestante creía que la religiosidad del sur era impostada, instrumental, folclórica.  Y el credo protestante estableció su catecismo; en él quedó plasmada una verdad incuestionable, el capitalismo es de origen divino. La riqueza es un don de Dios. Un don individual con el que Dios premia al hombre bueno, que trabaja y se esfuerza por cumplir con sus mandamientos. La pobreza, pues, es un castigo, una señal de que Dios no aprueba tus actos. Y la búsqueda del beneficio no es otra cosa que seguir los dictados de la divinidad. Y si lo consigues, sin entrar en consideraciones sobre los procedimientos que empleaste, será señal de que Dios está de acuerdo con tus actos. No hay mayor legitimidad que el aplauso de la divinidad.
Los desencuentros sobre el procedimiento para afrontar el problema de   la deuda de los Estados más afectados por la crisis económica  tienen que ver bastante con los beneficios que la Europa rica obtiene de sus préstamos a la Europa pobre, desde luego. El problema es que en la raíz de esos desencuentros se alimenta aun de rígidos principios establecidos cuando el capitalismo andaba a la búsqueda de una justificación moral para su escala de valores, donde el primer lugar lo ocupa el enriquecimiento  y el último, la dignidad humana.
La Europa a la que aspiramos no existe. Habremos de inventarla superando infinidad de inconvenientes.
            Europa debe ser también un tema de reflexión, de debate y de reivindicación. O la corregimos o la desechamos. Y creo que desecharla entraña un retroceso inevitable en el mundo global que nos ha tocado compartir. Pero aceptarla con su diseño actual, con la prevalencia de los intereses nacionalistas que actúan de forma insolidaria no nos conducirá a buen puerto. En absoluto. Habrá que corregirla. La sensación que manejamos es que se trata de una Europa improvisada, que ahora es pasto de la derecha política con su inevitable proyección económica y un mensaje envenenado: legitimar las desigualdades, cada vez más acusadas, porque ese el único camino del progreso. El suyo, desde luego. Porque la idea del progreso que defienden nada tiene que ver con las condiciones de vida de los seres humanos, sino con el beneficio que obtienen a costa de los mismos.


miércoles, 19 de febrero de 2014

7.- ¿Por encima de nuestras posibilidades...?

            Esa es la tesis dominante de los usurpadores de nuestras conquistas políticas y sociales e intentan grabarla a fuego en el pensamiento perezoso. Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, y ahora pagamos esa irresponsabilidad.  
            Y la verdad es que en buena parte de la gente el argumento interesado ha hecho mella.
             Somos muy propensos a magnificar nuestros propios defectos; creo que nos viene de la influencia de la Iglesia durante la Edad Media. Mientras más convencidos de los propios pecados, más necesitados de la penitencia que nos impongan para conseguir la tranquilidad moral. No lo comparto. Me enorgullece este país en infinidad de aspectos. Será porque conocer las condiciones que nos ha tocado vivir durante buena parte de la historia de la humanidad me hacer ser más comprensivo con nuestros defectos. Y, si alguien piensa que somos más propensos que los demás europeos a caer en tentaciones, se equivoca.
     Hemos de aceptar que la crisis nos afecta de manera más dura que a otros países, porque es cierto.
            Las causas están en nuestra  historia. Especialmente, en nuestra historia moderna y en el comportamiento de sus clases dominantes, zafias, autoritarias, incultas, aislacionistas, que tuvieron a gala despreciar el progreso, la ciencia y el pensamiento laico que la hace posible.
              Así que los que se empeñan en afirmar taxativamente que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades y que ahora nos toca una justa penitencia, sencillamente faltan a la verdad. Es la tesis de la derecha para justificar  recortes, que atentan, incluso, contra los principios democráticos que garantizan la igualdad ante la Ley.
            Hagamos memoria.
            En los momentos en que se estaba configurando  la actual Unión Europea fluyó mucho dinero desde los países ricos hacia los recién llegados, que eran también más pobres; entre ellos España. Fue una mezcla de Plan Marshall y de procedimiento colonial. De una parte colaboraban en nuestro desarrollo económico para convertirnos en nuevos  clientes de sus excedentes industriales; de otra, encontraban yacimientos nuevos de inversión para sus excedentes de dinero. Ofrecíamos ventajas indudables: nuestra mano de obra era una de las más baratas de Europa; igualmente, nuestro nivel impositivo sobre la actividad empresarial era más bajo que en la mayoría de los países ricos de la Unión. Y el agradecimiento de los gobiernos españoles, encantados de encontrar esa colaboración en la empresa de modernizar el país, se manifestó en forma de facilidades para el desarrollo de sus inversiones. Dejaban ocupación, ingresos en las arcas del Estado mediante los impuestos, cotizaciones a la Seguridad Social, consumo activado de forma creciente y natural.
            Todos contentos.
            Los ahorros alemanes inundaron las costas del sur de España de urbanizaciones, hoteles y campos de golf. Buena parte de esas propiedades fueron a parar a manos de jubilados ricos europeos que se garantizaban a precio razonable una inversión segura, en principio rentable, y una propiedad donde pasar los crudos meses invernales de Europa con un clima benigno, precios muy bajos, buena comida y una sociedad tolerante y agradecida por su presencia. Los lugares de veraneo encontraban en esta iniciativa un instrumento para paliar los efectos de la estacionalidad.
            Todos contentos.
            La necesidad de liberar - recalificar- terrenos produjo también una excrecencia deleznable de oportunistas y políticos venales. La corrupción política ha tejido una maraña difícil de desentrañar en ocasiones hasta para la justicia. Prácticamente no habrá un partido político, que haya tenido responsabilidades de gobierno, que no tenga cadáveres en la alacena.
            Mientras la situación produjo dividendos a los países ricos, todo iba bien. El sistema financiero españoles se sumó al festín. Los gobiernos de Aznar potenciaron la actividad constructora de forma irracional. La burbuja inmobiliaria, nuestro flanco más débil en esta crisis, ya que ha puesto en peligro a la Banca, estaba en la olla rápida, cocinándose a toda velocidad. El mito irracional del crecimiento infinito ha reventado ya, dejando el paisaje español llenos de urbanizaciones vacías en medio de campos abandonados al calor del beneficio rápido del urbanismo desmesurado.
    Cuando la situación financiera internacional ha sufrido el terremoto que conocemos bien, la Unión Europea ha puesto de manifiesto los errores de su diseño, su escasa cohesión política para afrontar las consecuencias.
     Los países ricos, los inversores, se empeñan en contemplar la crisis como un problema de deuda pública de cada estado. Solicitan que los más afectados establezcan ajustes que suponen graves recortes en los servicios públicos y en las condiciones de los trabajadores por cuenta ajena. De hecho, se puede decir que hay ya varias Europas en cuanto a la situación real de los derechos de la ciudadanía y a las consecuencias de las crisis sobre sus vidas.
      Europa permite que sean los propios mercados, es decir, el capitalismo especulador, los que establezcan la hoja de ruta a los estados nacionales. El BCE no actúa como órgano regulador y corrector, cosa que haría cualquier banco nacional. Eso percibimos. Y percibimos que sigue los dictados de Alemania, que se erige de hecho en el auténtico gobierno europeo. Su deuda le sale barata. Su industria exporta. De este modo la situación no es mala para ellos. Nosotros percibimos que es una actitud insolidaria. No hemos elegido a Merkel para que gobierne a Europa; especialmente porque sus imposiciones no son medidas de gobierno europeo, sino medidas de protección a la economía alemana.



viernes, 14 de febrero de 2014

6.- "Caput aut navis?"

            En honor a la verdad no han sido sólo nuestros "cónsules". Parte de nuestra soberanía ya la hemos delegado a la Unión Europea. Son los "cónsules europeos", en buena medida, los que fallan.
            Cuando explicamos en clase al alumnado que se inicia en el estudio de la lengua latina qué juegos practicaban en la infancia los que luego montaron el Imperio más duradero de la Antigüedad, hacemos referencia al juego de “caput aut navis” -cabeza o barco-, exactamente  nuestro “cara o cruz”. Intentamos que entiendan por qué una “cara o una cabeza y una nave” en el caso de Roma.  
            La nave representa el orgullo de Roma, una potencia militar terrestre, que, en su lucha por el dominio del Mediterráneo y sus riberas, hizo desaparecer a Cartago, una potencia naval dominante de su época. Para ello precisó de una reconversión industrial extraordinaria y en poco tiempo construyó una flota poderosa, con innovaciones técnicas que le ayudaron a dominar el mar. Su orgullo por aquel logro se plasmaba en sus monedas, anidaba en el corazón y en el bolsillo de sus ciudadanos. Y la cara, porque es el gobierno, el soberano, el emperador, el que establece el valor del dinero y lo garantiza con su imagen grabada.
            Ese hábito ha quedado ya para siempre en los acuñadores de moneda. El perfil de reyes o presidentes es siempre visible en la moneda del país. Una de las formas de practicar la soberanía de los países era acuñar su propia moneda y establecer su valor. Y en momentos de crisis, esta soberanía se ha manifestado mediante el cambio de valor de sus monedas, una devaluación generalmente para resultar más competitiva en las exportaciones, o acuñando más moneda para dotar al estado de recursos, aun con el riesgo de la inflación y el aumento de los precios.
            Pues es el momento en que  conviene recordar que la crisis económica que nos afecta tan poderosamente, y sus nefastas secuelas, no son problemas que podamos gestionar completamente desde nuestra soberanía. Es un crisis compartida por los países que han asumido el euro, como moneda única, y no podemos establecer medidas unilaterales para paliar las consecuencias. Hemos entregado a Europa parte de nuestra soberanía, pero en el diseño de la Unión Europea han quedado aspectos sin solucionar que ,-ahora lo percibimos con claridad-, hacen mucho más complicada la gestión de esta extraordinaria situación.
            ¿Es Europa una parte del problema? Una buena parte de la ciudadanía así lo percibe. Y esa percepción es justificable por la actuación del BCE, el Banco Central Europeo, el regulador del euro. La economía tiene reglas complejas para el común de los mortales;  no las han establecido los buscadores de soluciones, sino los buscadores de beneficio. Pero hay aspectos evidentes, que, incluso, los que no conocemos sus reglas secretas, podemos distinguir. Y si distinguimos los hechos, podemos también establecer las causas que los originan.
            Buena parte de los países europeos está siendo pasto del capitalismo especulador que encarece la financiación de los estados cobrando altísimos intereses por la deuda de los mismos. Ese encarecimiento de la deuda está detrás de la crisis y de la percepción de que nuestros derechos, tras siglos de perseguirlos, plasmados en el estado del bienestar que los partidos de izquierda europea hicieron posible -no conviene olvidarlo -, con la colaboración de los demócrata-cristianos, empiezan a ser cuestionados o directamente conculcados.
            No obstante, el Banco Central Europeo, al que otorgamos parte de nuestra soberanía aceptando la moneda única y su función reguladora, no nos defiende de ese ataque especulador. Antes bien, presta dinero a los especuladores - la banca europea- al 1% para que la propia banca europea especule contra los estados comprando deuda a interés superior al 6% en ocasiones ¿....? ¿Para qué hemos concedido esa parte de nuestra soberanía, entonces, si el organismo regulador se convierte en el proveedor de los medios con que los especuladores labran nuestra ruina...? ¿Permitiría eso la Reserva Federal Americana? ¿Lo permitiría el Banco de Inglaterra?
            Evidentemente, algo falta por hacer. Voces muy autorizadas, expertas y creíbles denuncian que la unión monetaria no basta, que hace falta la unión fiscal, y, sobre todo, política. Este enorme conglomerado humano, -500 millones-, con un P.I.B. de 15 Billones de euros, con la mayor calidad de vida de la tierra, con democracias estables en casi todos los países, debería ser capaz de afrontar con mayor eficacia los problemas, a pesar de que durante una buena parte de la historia de la humanidad  se ha dedicado a desangrarse en guerras intestinas o mundiales.
            Mi percepción es que Europa no forma parte del problema; el problema es, más bien, la ausencia de un auténtico órgano de poder político para la Unión. Hoy los dictados que emanan de Bruselas se rigen exclusivamente por los criterios económicos dominantes - control del déficit- que se imponen duramente a los gobiernos, especialmente al de los países más afectados por la crisis. No son medidas técnicas. Son medidas ideológicas. Tienen su fundamento en la ideología liberal dominante en una buena parte de los gobiernos europeos, especialmente en Alemania.
            En realidad, también hemos entregado ya la soberanía política. De hecho, hay gobiernos impuestos a cuya cabeza se ha colocado a tecnócratas procedentes de la Banca Internacional.  Pero políticamente, en el sentido estricto, nadie nos representa de verdad en la toma de decisiones. Nos toca ser súbditos de quienes defienden los intereses del liberalismo más radical de las últimas décadas, y los derechos de la ciudadanía, marginada de la toma de decisiones, se van por los desagües. 


lunes, 10 de febrero de 2014

5.- El oso en el colmenar

          En nuestro  caso, la alternativa política nos aproximará al precipicio. La alternativa es la derecha menos dotada de Europa, la más vacía de ideas, la más simplista, la más autoritaria  - ampara en su seno al tardofranquismo más resistente- y la menos experta en gobernar en democracia. El argumento definitivo para votar al PP es que, en cuanto Mariano Rajoy asiente sus posaderas en la Moncloa, la crisis empezará a solucionarse, se diluirá de hecho, como por ensalmo.
            ¿Mariano Rajoy generador de confianza para el capitalismo internacional?
       Más bien se caracteriza por un comportamiento irresoluto; deja que el tiempo solucione, por descomposición, los problemas, aunque sean tan graves como el caso Gürtel en la comunidad valenciana, por citar una comunidad; a nadie escapa que los anillos de la serpiente de la corrupción en las finanzas ilegales del PP se enroscan a cualquier comunidad donde haya tenido responsabilidades de gobierno en los últimos diez o doce años. Y en las comunidades que gobierna desde mayo la crisis no amaina; antes bien, parece agudizarse.  
           Rajoy es un perfecto desconocido en la esfera internacional, carece de cultura política y de relaciones fuera de las fronteras nacionales. Si ha de ganar la confianza de los mercados será a costa de medidas radicales contra el estado del bienestar, lo que reclama el capitalismo internacional:  reforma laboral que nos dejará a los pies del empresario, recortes en servicios públicos sobre los que se asienta la igualdad efectiva ante la ley, privatizaciones, aumento de los impuestos indirectos, ataque desproporcionado a la función pública previo desprestigio calculado, copagos, desprotección de muchos de los colectivos más desfavorecidos, política agresiva con las  comunidades autónomas, sin poder nacionalista  consolidado, que el PP no controle...
            Será como meter al oso en el colmenar. La hoja de ruta es tan evidente que uno no entiende a las encuestas que les otorgan mayoría absoluta.
            Añadamos que estos recortadores de las funciones del estado, inherentes a la propia razón de su existencia en la sociedad moderna, no caminan solos. Les acompañan los militantes de la indiscutible verdad revelada. Quienes pretenden forzarnos a la “recristianización” del mundo, si se me permite la palabra. Son lo que consideran que el aborto, la homosexualidad, el matrimonio entre personas del mismo sexo, los cuidados paliativos para una muerte digna son, además de pecados,  delitos civiles.
            Por tanto, cambiarán las leyes, sin respetar la diversidad de conciencia ni la diversidad humana. La derecha es excluyente por definición. No acepta que puede haber otras "verdades" que las suyas. No acepta que todas la "verdades" pueden vivir en armonía en  los espacios comunes que establece la Constitución. En realidad, les falta el hábito de vivir en democracia.
            Se espera con ansiedad, -se quiere convertir en parte de la campaña electoral que ha de devolverle el país, “su país”, a la derecha- que Benedicto XVI ataque con dureza esas pecaminosas leyes emanadas del parlamento español durante la celebración de esa fiesta mediática que han dado en llamar jornadas de la juventud y que intentan demostrar –están amparados en la manipulación como instrumento de poder desde hace siglos- que no costará nada a los contribuyente españoles. Ya cuesta aceptar en nuestras calles semejante dislate. Manifestación ritual y mediática de la única monarquía teocrática que sobrevive en el siglo XXI.
            Y en los últimos tiempos, además,  muchos de quienes se encuadran en estos grupos ideológicos enarbolan argumentos xenófobos frente al fenómeno de la inmigración, olvidados de que uno de las grandes amenazas que pende sobre el futuro de la Europa actual es el excesivo envejecimiento de su población. El integrismo ideológico es producto de la incultura. Se abisma en un desierto, si pierde de vista los muros del presente. A más certezas inamovibles, más temor a las propuestas de la creatividad humana, más resistencia a indagar otros caminos para la vida y para la organización de la sociedad.  Más miedo al hombre, en suma. El futuro no precisa planificación, no sea que se remueva alguno de los cimientos que nos da el dominio moral indiscutible, la autoridad de Dios .

            En este caldo de cultivo, no es de extrañar que el "15 M" haya surgido con fuerza ejemplar y resistencia extraordinaria. 

sábado, 8 de febrero de 2014

4.- "Nos, nos consules, dico aperte, desumus"


"Nosotros, lo digo con claridad, nosotros, los cónsules, hemos fallado"
Cicerón . Discurso contra Catilina.

            Cuando pronunció este discurso Cicerón, a la sazón cónsul de la República, - en puridad, el equivalente al presidente de gobierno- la situación de la República Romana no era envidiable. La corrupción en las altas capas sociales amenazaba su estabilidad, y las circunstancias habían propiciado que se fraguara una conjuración para dar un golpe de estado. Reconoció, con altiva humildad, el error de quienes tenían encomendada la seguridad de la República, la falta del exigible celo en quienes habían echado sobre sus hombros esa tremenda responsabilidad pública.
            En el caso de España, aunque no es de los países que haya sufrido aun las peores consecuencias,- está a punto-  la crisis ha tenido un comportamiento más agresivo y repentino que en otros países, donde su proceso dañino se ha dilatado algo más en el tiempo. No es noticia que nuestra economía es frágil, sin los cimientos que produjeron las revoluciones industriales en Europa.
            El capitalismo español es, sobre todo, clientelar. Carece de iniciativas propias en buena medida y, viciado por los procedimientos protectores del franquismo de los que aun no se ha desembarazado, vive de las iniciativas del estado o de las administraciones periféricas (Comunidades Autónomas, Diputaciones, Ayuntamientos...). Hay, desde luego,  otras iniciativas modélicas en cuanto a comportamiento empresarial. No tienen, sin embargo, tanto peso como para habernos defendido de la erupción del volcán de la crisis, que siempre se ceba en las economías más dependientes.
            La Banca, por su parte, ha demostrado comportamientos irresponsables que debieran ser perseguidos por la justicia. La consecuencia es que el sistema financiero español está atrapado en miles de millones por la "burbuja" inmobiliaria; está  bajo sospecha y es responsable directo del encarecimiento de la deuda.  Voces interesadas nos predicarán que la culpa es de la ciudadanía, que  ha vivido por encima de sus posibilidades. Mienten. La verdad más evidente es que hay miles de viviendas sin comprador, miles de millones de financiación que habremos de reponer a la banca irresponsable con nuestros impuestos, mientras el estado recortará servicios esenciales para la igualdad efectiva ante la ley. Y eso, sin contar con el timo de la "estampita" de las hipotecas "sub prime" -basura- que les ha colocado el sistema financiero americano, ese pariente envidiado por sus éxitos.
            Como suele ser habitual en ese  mundo inmoral, casi siempre, los directivos que han ocasionado la catástrofe se jubilan con pensiones multimillonarias y dejan la ruina al Estado, es decir, al resto de los ciudadanos.
         El Estado y el Banco de España son corresponsables, porque debían haber velado eficazmente para evitar los daños colaterales a la ciudadanía. Los estamos padeciendo. Las causas de la dejación son un cóctel insalubre de complicidades, de interés en aprovechar la bonanza aparente -empleo, cotizaciones a la Seguridad Social, consumo creciente, ingresos por IRPF y por IVA... Por otro lado se daban las condiciones ideales de desorden y corrupción para la financiación  ilegal de los propios partidos en el poder y para la generación de un clientelismo agradecido. Sólo se trataba de esperar que el futuro incierto retrasara su llegada. El lema irresponsable que gobierna el mundo: ¡Detrás de mí, el diluvio! Pues el diluvio ya ha llegado.
            ¡Demasiada irresponsabilidad!
       Ya en plena crisis, los gobiernos de Zapatero se empeñaron, primero, en negarla; después, en considerarla pasajera y en ver brotes verdes donde había un erial y un futuro erizado de dificultades; por último, han perdido la compostura y la razón histórica de su existencia como partido y se han plegado, temblorosos, a los dictados del capitalismo europeo. ¡Qué magnífica oportunidad perdida para iniciar las reformas que el sentido común y muchas voces sensatas venían reclamando desde hace ya tiempo, y de enarbolar la bandera de la defensa del estado del bienestar que tanto nos había costado conseguir!
      Zapatero ya es historia. No se presentará a las elecciones. A mí los nombres propios me interesan lo justo. No acepto, salvo casos muy aislados, los liderazgos personales. Y eso, siempre, por respeto intelectual. Me da igual su renuncia. No creo que lo echemos de menos, porque su actuación en la crisis, llevado por el pánico ante la amenaza de intervención por parte del BCE, un instrumento más de ese capitalismo irracional,  deja a la izquierda sin demasiados argumentos. Creo que su falta de valentía, o  de convencimiento, condena a este país a un futuro lamentable, si, como vaticinan las encuestas, la derecha consigue la mayoría absoluta, o la mayoría suficiente para gobernar en coalición con los nacionalistas ¡Terrible!  Las condiciones son las ideales. Tendrán los argumentos necesarios para desmontar el Estado.
     En honor a la verdad, habrá que reconocer que Zapatero y sus gobiernos han sido víctimas de la urdimbre de la derecha, empeñada en repetir que la crisis es consecuencia de la mala gestión de ese gobierno. Afirman también que la derecha sabe gestionar infinitamente mejor la economía. Y que los gobiernos de Aznar fueron una buena muestra. Eso es sencillamente falso. Ni la crisis - ojalá- la generó Zapatero, ni Aznar gestionó mejor la economía de este país. Le tocó gobernar en una época de bonanza económica, en momentos que la prima de riesgo de España, Grecia y Alemania, por ejemplo, eran prácticamente iguales y ninguna circunstancia excepcional había despertado a los tiburones de la especulación. Pero, sobre todo, y esto lo calla la derecha que saca rédito siempre a la mentira o a la ocultación de la verdad, Aznar privatizó empresas públicas - descapitalizó al estado- por valor de billones de pesetas. Con ese remanente hasta un gobernante lamentable, como él, podría dejar saneadas las arcas del estado en una época de economía expansiva en todo el mundo capitalista.

            De algo no nos queda duda. Nos han fallado las instituciones que debían protegernos. 
     Durante muchos años nos fallaron los cónsules.

miércoles, 5 de febrero de 2014

3.- Los argumentos y el último objetivo

          Aprovechan la falta de conocimiento de la mayoría de la población sobre la historia y sobre el propio presente, para convertir en una especie de estado de opinión generalizado las falacias que destilan como grandes verdades.
            A saber:
  • §  Menos estado para salir de la crisis cuanto antes.
  • §  Los causantes del empobrecimiento general son los servicios públicos–los servicios que el estado moderno debe devolvernos a cambio de nuestros impuestos, garantizando la cobertura general-,  por tanto hay que recortar servicios públicos ya que este estado del bienestar es insostenible.
  • §  La política salarial es un lastre para recuperar empleo. Hay que pagar menos al trabajador para recuperar riqueza. ¿Para quién?, nos preguntamos.
  • §  La mejora de la producción pasa por liberalizar – dejar al pairo de la oferta y la demanda, con escasa o nula regulación legal- las relaciones laborales.
  • §  Hay que privatizar instrumentos económicos del estado. Ya lo hizo Aznar con Telefónica, Repsol, Correos, que son instrumentos de generación de riqueza en manos privadas, para el beneficio de unos pocos y el empobrecimiento del estado cuya fortaleza no interesa al capital. Rajoy tiene en perspectiva la privatización de RENFE después de una millonaria inversión del estado en el AVE y en la rentabilización de la red de cercanías. Así funciona la derecha en todos los lugares del mundo. ¡Menos estado!
         Y en la lucha por obtener el poder cabe, especialmente, destilar rebuscados y falsos argumentos. El culpable de la crisis es el gobierno en ejercicio; como si estuviéramos inmersos en una crisis local. En parte, y en lo relativo a la gestión de la crisis, es verdad en cualquier país afectado. En cuanto al origen es absolutamente falso. Y esa afirmación simplista e interesada oculta a los ojos de una buena parte de la población la maldad intrínseca del actual modelo capitalista, especulativo y ultraliberal, con la connivencia de los estados por fuerza o de buen grado, que eso depende de matices ideológicos cada día menos significativos. Desprestigiando a los gobiernos se está desprestigiando al sistema. Se aleja al ciudadano de la lucha por arbitrar instrumentos políticos para corregir esta situación injusta. Se aleja al ciudadano de la política.
    Hay, por supuesto, objetivos ocultos, nacionalistas, no manifiestos: eliminar competidores. Todos los recortes que afecten a los países más afectados por la crisis tendrán un reflejo en la actividad formativa, es decir, dotación de las Universidades y de los Programas de Investigación, íntimamente ligados al desarrollo y a la competitividad de los países. Se cumple con ello un objetivo colonial, idéntico a los programas establecidos para los imperios coloniales del siglo XIX, evitar el desarrollo de la industria en los territorios colonizados para evitar su competencia; serán territorios condenados al subdesarrollo o a un retraso tecnológico que los convertirá en dependientes de por vida.
         Nadie habla del control del fraude fiscal, de tasas sobre la actividad especulativa, de fiscalidad progresiva, de revisión del régimen que  convierte  a las  SICAVs en evasoras legales de impuesto, en la  unión fiscal de la Unión Europea…
         Los únicos medios aplicables – doctrina conjunta del FMI y de las Instituciones económicas que rigen Europa (BCE y el Banco Central Alemán)- son: 

  • Aumento de los impuestos indirectos
  • Liberalización del mercado de trabajo, de hecho, reducir los costes sociales de la producción.
  • Prolongación de la vida laboral y recorte en las prestaciones a los pensionistas.
  • Supresión de buena parte del cuerpo de funcionarios y trabajadores públicos. Y como medida previa, recortes brutales en la nómina de los trabajadores del estado, víctima propiciatoria de la crisis, a los que de forma calculada se habrá descalificado y criminalizado.
  • Recortes en los servicios públicos imprescindibles: Sanidad, Educación, Asuntos Sociales…
     El capitalismo clientelar aplaude estas medidas. Buena parte de esos servicios se privatizarán y serán caladeros de negocio para empresas oportunistas y con escasa iniciativa, que prestarán servicios de peor calidad.
     Una exigencia del BCE-  está escrita en las condiciones de sus ayudas- es que estas medidas se aborden mediante Decretos Ley, para evitar la incomodidad de los debates parlamentarios. Una ley necesita ser debatida y aprobada en el Parlamento. Un decreto Ley es una disposición del gobierno con rango de ley que no necesita dicho trámite. Es decir, hay que imponer esas medidas, hurtándolas en la medida de lo posible a los Parlamentos, a la representación legitima de la voluntad popular. Sí, se trata de un golpe de estado, y no demasiado encubierto, con la excusa de una excepcionalidad económica.
     La ciudadanía, la que otorga o quita el poder en la democracia representativa, ha sido degradada a masa pedigüeña, mal acostumbrada a la protección de un Estado inviable, culpable masiva de haber vivido muy por encima de sus posibilidades, y cuya opinión ya no es necesario consultar. 
    Pues eso está pasando aquí, y en buena parte del mundo. Nuestra soberanía ciudadana está siendo suplantada por fuerzas anónimas. Nuestros gobiernos han perdido buena parte de su capacidad, – o voluntad, cuando alcanzan el poder los cómplices políticos -, de defendernos. Y queremos recuperar nuestra soberanía a tiempo para poner remedio.
       Para poner remedio “a la  mala política” que nos decía el maestro Machado.

martes, 4 de febrero de 2014

2.- Los contrincantes, las piezas sacrificables

        Juegan esta partida cínica ante nuestros propios ojos. A un lado de este tablero se sienta  el capitalismo deseoso de recuperar posiciones de dominio : dejar al Estado, debilitado por la situación económica y financiera y por su dependencia de la deuda, sin su capacidad reguladora en las relaciones económicas y laborales (abaratar despidos, eliminar convenios colectivos, asociar salario a productividad, establecer el copago en servicios que nos garantiza la constitución, alargar la vida laboral, modificar el sistema de pensiones… en fin, un salto atrás en la historia de las relaciones laborales y en la calidad de vida de la población que depende de su trabajo para vivir).  Esas son las piezas que irán cayendo de forma inevitable. Y en el nombre indiscutible del  necesario crecimiento.
             En suma, que los factores productivos reduzcan su coste. Y que el Estado, productor de servicios que financia con impuestos, quede reducido a su mínima expresión. 
            Cualquier medida, menos tocar sus beneficios. Pues de ese crecimiento se trataba.
         Si la izquierda europea, los partidos socialdemócratas, no hubiera perdido su identidad y sus raíces, probablemente la crisis se afrontaría con otros instrumentos. Pero esta crisis la está gestionando la derecha europea. Y, en España, la gestionará en breve, tal como anuncian las encuestas. (Buena parte de Los indignados de ayer se escribió antes de las elecciones generales de noviembre de 2011).
            Y nos dirán desde la derecha política que no hay otro camino. Y ganarán las elecciones con el beneplácito, en forma de voto, de los más desprotegidos. Por eso la nunca suficientemente ponderada educación es tan necesaria para el progreso verdadero de los pueblos.
            Primero, para no dejarse manipular. En segundo lugar, para inventar caminos racionales, justos y beneficiosos para la mayoría. Y la tercera razón, para regular el comportamiento del capitalismo, para obligarlo a controlar el ansia de enriquecimiento a corto plazo y a aceptar unas reglas de juego que incluyan en el contrato social unos beneficios moderados y a largo plazo que permita subsistir al sistema, aunque no sea este el modelo de sistema que pueda generarnos confianza. 
            Al otro lado del tablero de esta feroz partida de ajedrez –eso desearíamos y esa sería su obligación- deberían estar sentados los Estados en su vertiente de representación política de los ciudadanos y a quienes hemos encomendado defender las garantías que las constituciones nos otorgan, como derecho al trabajo, a la vivienda, a leyes justas, a participar de los beneficios sociales y económicos que nuestro trabajo y nuestra organización ciudadana nos generan
            Ya sabéis quien gana la partida por ahora.
           Y en ella muchos perderemos, pero habrá  diferentes tipos de perdedores.
            De una parte, los que algo o mucho perderán, pero mantendrán medios de supervivencia, aunque sean precarios; en esa posición están quienes puedan mantener un puesto de trabajo, aunque con importantes mermas de salario y de derechos.
            De otra, los que lo perderán todo cuando hayan perdido su puesto de trabajo, y, como la crisis parece duradera, la prestación por desempleo. Ahí justamente empezará un drama desconocido y duro.
            Y, en tercer lugar, los que no tienen nada que perder, porque a pesar de los principios bienintencionados de la Constitución, aún no han conocido como propios derechos fundamentales recogidos en ella.
      Entre los teóricos a los que el capital les ha encomendado la rentable labor de confundirnos, alguno habrá dispuesto a defender la tesis de que esta crisis es una situación generada por las diferencias entre los propios perdedores, por la economía dual, como la llaman, por la "injusta" situación de que todavía haya algunas personas con trabajo fijo. Ya se ha hecho antes. Es una estrategia que, a veces, genera beneficios. “Hagamos que los muy pobres vuelquen su ira contra los que son sólo medianamente pobres. Mientras, sigamos nosotros con la fiesta”. Como más adelante contaré, es "Ricardismo" puro. Como referencia, los salarios y la precariedad de derechos de los trabajadores en otras latitudes, fundamentalmente en China. Si aceptáramos ser chinos, quizá la cosa iría mejor. Eso nos dicen.

lunes, 3 de febrero de 2014

1.-Tomemos las plazas

           ¿Qué empuja a esta gente a tomar las plazas?
      Esta es la pregunta más frecuente que oímos en torno al movimiento 15 M.
        En realidad ha sucedido infinidad de veces. Hemos tomado plazas, colinas, puertos, Bastillas, y cabezas coronadas en muchos momentos de la historia. Y siempre por la misma razón, para reivindicar nuestro derecho a participar en la toma de decisiones que afectan profundamente a nuestras vidas o para rechazar las decisiones que otros toman suplantando nuestra voluntad.
         Fuera o no un objetivo programado, de lo que no cabe duda es de que, desde que comenzaron los desajustes económicos en 2007 por los errores del capitalismo financiero de los EE. UU. , se está produciendo un lento e inexorable golpe de estado encubierto en las democracias occidentales.
       Quienes lo dirigen son las organizaciones que controlan las finanzas a nivel mundial. Tienen el dinero. Billones de euros circulan cada día por los mercados manipulando la economía mundial, rediseñando a su antojo  nuestras vidas, devaluando conquistas sociales y los derechos ciudadanos que nos ha costado siglos conquistar. El dinero es el cebo con el que pescan en los caladeros más influyentes de la sociedad; tienen como aliados necesarios a infinidad de medios de comunicación y a una buena parte de los sectores más influyentes de la política y de la cultura oficial.
         Apoyados en esos instrumentos, han logrado también convertir en sus seguidores, en el colmo de la incoherencia, a los más perjudicados por la situación económica y laboral, que otorgan mayorías demoledoras al enemigo natural.
        La finalidad última de quienes instigan este golpe de estado paulatino y progresivo es obvia, al menos en Europa, donde los Estados son garantes de infinidad de derechos y servicios.
     El objetivo es sustituirlo, dejar al Estado sin sus funciones redistributivas y reguladoras. Pero  precisamente ése es el Estado que hemos perseguido con cada uno de los episodios revolucionarios que jalonan la historia moderna, un Estado que regule las relaciones entre los económicamente desiguales, que nos garantice la igualdad efectiva ante la ley y que no permita que se nos discrimine por nuestras posiciones morales o políticas.
            Se trata, en realidad, de una dura partida de ajedrez en la que la humanidad  se está jugando sus condiciones de vida y sus derechos. Hemos cometido, a lo largo de la Historia, infinidad de errores. Esta partida se juega desde los orígenes de la humanidad y aún nos empeñamos en seguir jugándola. Los intereses, el afán de riqueza y de dominio condicionan nuestro comportamiento como especie. Y eso nos convierte en una especie terrible.
         Pero esta evidencia carece de lógica.
        Tenemos la inteligencia con  la que la Evolución nos ha dotado, y los principios morales que derivan de nuestra propia observación de la vida y de las relaciones con nuestros iguales y con el resto de la naturaleza en la que la vida, ese azar sin parangón en el universo infinito, ha tenido  la fortuna de encontrar acomodo.
           La mayor parte de la humanidad es noble y solidaria. Meted vuestra nariz en la amplia  y creíble bibliografía que han generado los antropólogos y veréis que somos una especie extraordinaria y afortunada.
       Llevadas al extremo las razones de mi afirmación, somos la única especie conocida capaz de manifestar amor con su palabra. La única que puede decir no a los impulsos instintivos. En realidad, la única especie libre y, por tanto, responsable de sus propios actos. La única, en suma, capaz de predecir el futuro y modificarlo desde el presente con nuestro comportamiento.
       Pero somos terribles. Para la naturaleza y para nosotros mismos.
       Y ello es consecuencia de esa partida que se está jugando desde el principio de los tiempos y que el Mito ha reflejado perfectamente desde que tuvimos la capacidad de representar nuestros defectos.


Declaración de intenciones

       En julio de 2011, a petición de uno de los grupos de opinión y de trabajo surgidos del Movimiento 15 M, comencé a elaborar un documento que intentase explicar algunas de las razones de su aparición y resistencia.
            De ello surgió este documento, que iré desgranando poco a poco en este blog. Durante el desarrollo paulatino del mismo ha pasado el tiempo. Se han cumplido las peores previsiones.
            Ojalá  me hubiera equivocado en mis sospechas sobre el programa oculto que el Partido Popular había diseñado para tranquilizar al capital europeo y al FMI.
            La esperanza era Europa y se está diluyendo. Unión Europea es sólo un concepto difuso. El único concepto que se aplicó con propiedad fue Mercado Común. Eliminación de barreras aduaneras para la libre circulación de excedentes industriales y capital inversor desde los países ricos hacia los países pobres. Neocolonialismo de guante blanco. Un Plan Marshall de la Europa rica para estimular nuestra capacidad de consumo y aprovechar la mano de obra barata y el agradecimiento de los gobiernos en forma de exenciones tributarias. Eso era la Unión Europea hasta que estalló la crisis. Durante mucho tiempo Europa, el euro, las instituciones inútiles, por inoperantes, de las que nos hemos dotado, se han mantenido en pie entre temblores que amenazaban su derrumbe. Hoy celebran una recuperación que nosotros no vemos.
   Un día creímos en Europa. Hoy dudamos. El liberalismo exagerado e irracional de los gobiernos europeos dominantes ha destruido los cimientos de un proyecto atrayente.
             Inevitablemente, en este análisis se deslizará una infinidad de valoraciones personales. No pretendo revestirme de la falta de apasionamiento de un analista independiente y objetivo. No sería yo quien escribiera. Yo sí soy de izquierdas. Lo proclamo con orgullo y sin temor alguno.
                        Y, si queréis, no habrá en estas palabras ni un gramo de verdad. Sólo, la mía. Me ha costado una vida construirla. Me ayudó lo mucho que he leído. Pero, mucho más, convivir con los demás. Ponerme en su lugar, incluso, a miles de años de distancia, o a miles de kilómetros. No soy nadie. El diccionario de la Historia no me dedicará una página. Eso no me importa en absoluto. Porque estoy convencido de que soy un ser humano valioso, como cualquiera de vosotros, como millones de personas. Pero tenemos una debilidad. Nunca hemos creído en nuestra fuerza. Y os diré una verdad incuestionable. Si ha de mejorar el mundo en que vivimos, depende de esa fe. De que las personas honestas se convenzan de que juntos podemos. De lo contrario, ya estamos derrotados y dará igual quién gane.


 “Yo no os aconsejaré nunca el apoliticismo, sino el rechazo de la política mala”
Antonio Machado (Juan de Mairena,1936)