Los primeros colonos ingleses llegaron a la costa
oriental de América del Norte en 1607. En la segunda mitad del siglo XVIII el
territorio se organizaba en trece colonias, dependientes de la corona
británica.
Las
trece colonias estaban habitadas aproximadamente por 1.300.000 personas. Las
diferencias entre la población no eran estamentales, como en Europa.
La
justificación de esta organización social tan diferente entre la metrópolis
-país colonizador- y los territorios colonizados estriban, en primer lugar, en
el tipo de población que llega a las colonias; allí no llegan miembros del
estamento privilegiado, porque son lugares con poca organización inicial y con
incontables riesgos que atraen, especialmente, a los que buscan una oportunidad
de mejorar sus vidas; con el tiempo, cuando tiene las cárceles llenas de
malhechores y prostitutas, Inglaterra los remite a las colonias para evitar los
costes de su manutención y su hacinamiento; así que la masa humana que acude a
las colonias no quiere oír hablar de privilegios.
La
permisividad inglesa con la organización social de sus colonias se justifica
también en la distancia entre ellas y las dificultades para los viajes por mar.
Pero, sobre todo, en el hecho de que estas colonias no eran, entonces, muy
ricas en metales preciosos, fundamentalmente oro y plata, que era lo que buscaban especialmente
las potencias europeas. Si los hubiera habido en abundancia, Inglaterra habría
ejercido un control más sistemático sobre las colonias a las que permitía un
cierto grado de autonomía.
Las
diferencias entre la población eran raciales. La población blanca conformaba el
grupo dominante, y entre ellos las diferencias de riqueza no eran tan grandes
como en la sociedad europea. Había escasa población y abundancia de recursos,
por lo que la práctica totalidad de la población blanca accedió fácilmente a la
propiedad. Tarda muy poco en asentarse en las colonias una burguesía rica.
Frente
a la población blanca, aproximadamente 350.000 personas de raza negra
eran esclavos, dedicados a trabajar las extensas plantaciones agrícolas del sur
y carecían de derechos.
Los
indios nativos eran considerados enemigos y estaban excluidos de la sociedad
colonial. Fueron prácticamente eliminados durante la expansión blanca hacia el
oeste y los supervivientes quedaron encerrados en reservas indias,
generalmente en las zonas desérticas e improductivas.
La
revolución americana se originó, sobre todo, debido a una causa política: la
población de las Trece Colonias estaba descontenta ya que aportaban impuestos
como cualquier súbdito británico y, sin embargo, no tenían representantes
en el Parlamento de Londres, y, por lo tanto, no tenían capacidad de decisión
política.
Es
decir, carecían de soberanía en el sentido estricto de participar en el diseño
de las leyes que regulaban su vida y su economía. La metrópolis no aceptaba la
presencia de representantes de la burguesía de las colonias en el parlamento.
Las
colonias habían colaborado con Inglaterra en la guerra de los Siete Años contra
Francia (1748-1756), y en lugar de ser recompensadas se crearon nuevos
impuestos sobre el azúcar y subieron los ya existentes, sobre todo el del papel
timbrado, muy utilizado en la época. Y ningún representante de las colonias
podía oponerse a estas leyes en el Parlamento inglés.
Esta
situación hizo que desde mediados del siglo XVIII se extendiera la creencia de
que no hacía falta seguir bajo la soberanía de Gran Bretaña, y en la década de
1770 provocó actos de protesta, como el Motín del Té de Boston (1773), que supuso
la ruptura de las relaciones comerciales con la metrópoli.
En
1775 estalló la guerra, y, un año más tarde, se proclamó la Declaración de
Independencia, redactada por Thomas Jefferson, con muy claras influencias de
Locke, en la que defiende la democracia, la igualdad de los hombres ante la
ley, el derecho de los pueblos a disponer de sí mismos –soberanía- y el
derecho de los hombres a la libertad, la propiedad y la
felicidad (Locke). Los rebeldes recibieron la ayuda de Francia y, en menor
medida, de España. Finalmente los ingleses firmaron la paz de París (1783), por
la que reconocían la independencia de las colonias, que pasaron a denominarse
Estados Unidos de América. George Washington fue elegido primer presidente de
Estados Unidos en 1789.
Aunque
muy fundamentada en el propio derecho inglés, se tiene a la constitución
americana que surge de esta rebelión para fundamentar en derecho el nacimiento
del nuevo país como la primera constitución liberal moderna. El país se
establece como una república, olvidada ya la monarquía como fórmula de gobierno
imperante en toda Europa, con un presidente de gobierno por elección; establece
un sistema democrático, aunque dista mucho de ser una democracia real; es un
sistema con carencias importantes; basa buena parte de su economía en la
esclavitud y no permite el voto femenino, por ejemplo. En 1868 – enmienda
14- aparece claramente establecido el derecho al voto de cualquier
ciudadano de los Estados Unidos, varón, mayor de 21 años, con
excepción de los indios que no pagan contribuciones, en un avance de lo que
será el voto universal en el futuro.
No
obstante en la Declaración de independencia de los Estados Unidos de
América del Norte, redactada por Jefferson y con claras influencias de Locke y
de Rousseau y en la línea de la filosofía del derecho natural, se consigna uno
de los principios más revolucionarios jamás escrito anteriormente en un
documento de naturaleza política con vocación de regular un país: "todos
los hombres han sido creados iguales". Y estos hombres "recibieron
de su Creador ciertos derechos inalienables, entre los cuales
están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; así, para
asegurar esos derechos, se han instituido los gobiernos entre los hombres,
derivándose sus justos poderes del consentimiento de los gobernados; de tal
manera que si cualquier forma de gobierno se hace destructiva para esos fines
es un derecho del pueblo alterarlo o abolirlo, e instituir un nuevo gobierno,
basando su formación en tales principios, y organizando sus poderes de la mejor
forma que a su juicio pueda lograr su seguridad y felicidad".
Es
decir, se exponen de forma clara dos principios reguladores de la organización
social moderna: la igualdad efectiva de todas las personas ante la ley y el
principio de que el gobierno tiene su razón de ser en el hecho de asegurar los
derechos de los ciudadanos, de los cuales obtiene la legitimación o
consentimiento o el rechazo, cuando no cumple con su cometido.
Ya
hemos dicho que cuando un determinado grupo social lucha por la soberanía no
tiene entre sus objetivos la igualdad de todos los seres humanos ante la ley.
Primordialmente pretende asegurarse su presencia en los centros de decisión de
la organización social, en el órgano que establece las leyes, la norma
máxima que rige las relaciones entre los individuos, su participación en la
actividad económica y su acceso al poder. La burguesía que encabeza esta lucha
por la soberanía en la modernidad, dados sus rasgos dominantes, cultura, afán
de acumular riqueza, astucia, sentido de la oportunidad y conocimiento de la
debilidad ajena, es una muestra de lo expuesto.
El motín
del Té no es sino la manifestación de una lucha descarnada entre dos
grupos con los mismos intereses.
De
una parte la burguesía inglesa, el capitalismo de la metrópoli, que influye en
el Parlamento Inglés a su favor. Está representada por la Compañía Británica de
las Indias Occidentales. Tiene el monopolio de la venta de té en las colonias.
Lo importa de China y dicho comercio le reporta grandes beneficios.
De
otra parte el incipiente capitalismo local, la burguesía de las colonias que
aspira a no quedarse al margen de ningún negocio que genere beneficios en su
propio territorio.
La
protección legal, es decir, los recursos del sistema favorecen a la Compañía
Británica de las Indias Occidentales. Tiene representantes en el Parlamento
Británico. Y la burguesía de las colonias considera esa situación
discriminatoria y perjudicial para sus intereses. Así que, primero, recurre al
contrabando e importa el té de Holanda, sin pagar impuestos;
después, a la violencia y a la guerra. Y logra su independencia. Se apropia plenamente
de su soberanía.
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