El primer revés que la monarquía absoluta europea
sufre dolorosamente en su correosa piel tiene lugar en Inglaterra, precisamente
en los tiempos en que Thomas Hobbes publicaba sus obras. Históricamente este
acontecimiento es conocido como la Revolución de Cromwell . Cromwell
es un personaje controvertido, especialmente porque es integrante de los
puritanos, sector religioso que se había separado de la religión oficial y que
propugnaba entre sus ideas más destacadas
que la burguesía había sido encargada de construir una sociedad donde
los ricos debían acumular capital y los pobres trabajar en sus
oficios, por mandato divino. El dinero obtenido por sus
actividades era la recompensa de Dios, quien los bendecía de ese modo por su
trabajo. Es decir, asume el capitalismo, con justificación divina.
Hablaremos algo más de esa idea peregrina, y tremendamente actual en la
práctica, en el capítulo siguiente.
Pero
conocer su enfrentamiento con el rey Carlos I de Inglaterra, convencido del
origen divino de su poder absoluto, y poco dispuesto a compartirlo
con el Parlamento, puede ayudarnos a comprender esta lucha por la soberanía que
llega hasta las acampadas del 15 M.
Como
consecuencia de dos guerras civiles Carlos I, un monarca absoluto europeo, es
ajusticiado en 1649, mediados del s. XVII. Como consecuencia de esos
acontecimientos, y no sin problemas para su consolidación como sucede siempre
con cualquier novedad en la reestructuración de las sociedades, en el último
tercio del s. XVII la Monarquía Absoluta inglesa ha derivado en Monarquía
Parlamentaria; comparte su poder con el Parlamento en el que
la burguesía ha consolidado su posición. Ha logrado su cuota de
soberanía. Interviene en la elaboración de las leyes. Puede, mediante esa
participación en la elaboración del cuerpo legal, defender sus intereses.
En
eso consiste la soberanía y no en otra cosa, en decidir cómo ha de organizarse
la sociedad en la que vivo para que mis intereses,-que estableceré como
derechos para que tengan más justificación moral – estén defendidos. La
burguesía en esa época está más organizada, tiene más recursos, más
conciencia de clase, más cultura. Son sus componentes el primer grupo
humano que logra romper la férrea estructura de privilegios que Europa heredó
de la Edad Media como organización política y social. La soberanía, como
instrumento para establecer las normas que rigen a una comunidad, es un bien
muy reñido. No se concede a los demás de forma gratuita. La historia de los
avances en la igualdad efectiva ante la ley ha sido cruenta, larga y
permanente. Cada colectivo que ha emprendido la batalla por ella no luchaba por
la igualdad de todas las personas, sino por sus intereses de grupo, por
conseguir sus propios privilegios, o por arrebatar a otros privilegios que
consagraban desigualdades insoportables.
En
el caso de la revolución de Cromwell hay también fuertes componentes
religiosos.
Religión
y poder han estado siempre estrechamente ligados desde el origen mismo de la
sociedad humana. Hay colectivos que se sienten por encima de la soberanía
de la sociedad que se plasma en las leyes y pactan su apoyo a grupos
de poder, generalmente los sectores más conservadores, para garantizarse la
defensa de sus intereses. Son aquellos que consideran que las leyes
emanadas de los parlamentos tienen un rango inferior a la verdad “revelada” que
rige sus vidas. Aquellos que se sienten superiores “porque Dios está con ellos”
Y Dios es indiscutible. Se caracterizan por una soberbia infinita y una
agresividad sin límites amparados en su pretendida superioridad moral. Por más
que el cuerpo legal, las constituciones, los acepten, los financien y los
respeten como parte del colectivo de un país, siempre aspiran a formas de
preeminencia, a privilegios entre los cuales se permiten otorgarse el derecho a
establecer las reglas morales por las que todos debemos regirnos. En ocasiones,
creo que gozarían con juicios mediáticos de la Inquisición en las televisiones
afines, o sin escrúpulos – que las hay- en horas de máxima audiencia. Gente así
no me asquea por sus creencias, que no puedo compartir, sino por su soberbia
irracional, por su conciencia de elegidos, de casta moralmente superior en base
al único fundamento de su fe, por su permanente discurso de víctimas de
persecución. Falsa persecución, pero ese mensaje se repite desde los
medios afines hasta que parezca verdad. Consideran persecución cualquier
manifestación crítica sobre sus actitudes o sus procedimientos. Son intocables.
Los elegidos de Dios. Los poseedores de la única verdad. Basan su influencia en
la manipulación de las conciencias, con el instrumento del miedo atávico a la
vaciedad de la muerte de los seres humanos.
En
España tienen infinidad de privilegios. Por ejemplo, la Iglesia no paga IVA por
sus actividades económicas, ni IBI por sus múltiples propiedades inmobiliarias.
Y percibe cantidades millonarias del Estado sin que haya una justificación en
su utilidad colectiva. ¿No nos recuerda eso de alguna manera los
privilegios del Antiguo Régimen…? Son ellos quienes persiguen a los demás,
empeñados en que asumamos sus creencias y sus valores, algunos de ellos
injustificables moralmente.
Hay
que decir, en honor a la verdad, que hay infinidad de creyentes en cualquier
religión que no comparten estos procedimientos y que no se dejan manipular por
sus jerarquías en el espectáculo mediático de proclamar sus bondades y la
malicia de la sociedad secularizada en la que vivimos.
Nunca
los integraremos en un sistema democrático, como a ningún integrismo más o
menos velado. Pueden aceptar las reglas mientras les reporten ventajas. De otra
manera enarbolarán agresivamente sus verdades reveladas y puede que hasta nos
excomulguen, nos nieguen el paraíso y nos exijan ventajosas condiciones
fiscales en el Concordato al tiempo que roban bienes públicos cedidos en uso,
inscribiéndolos en el registro de la propiedad como propios en virtud de un
decreto del ínclito José María Aznar, prolongando disposiciones legales
surgidas durante el franquismo.
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