lunes, 9 de junio de 2014

21.- A la negra tierra arranqué los mojones clavados por doquier

“ …Algunos de entre los propios ciudadanos, en un acto de locura, quieren destruir la patria para sacar provecho; lo mismo quiere también la injusta codicia de los que ahora nos gobiernan, a los que aguardan numerosos dolores que sufrir por sus grandes abusos; porque no han sabido dominar su ambición y poner orden a su actual triunfo… Se hacen ricos accediendo a manejos injustos y no saben abstenerse en sus hurtos ni de los bienes públicos. Cada uno por su lado se dedica al pillaje para aumentar su fortuna, aunque cada día el pueblo sea más pobre. Ellos ocasionan con su proceder indigno que insulta a la Justicia una herida inevitable a la ciudad; y pronto la arrastran a la esclavitud y despiertan a la guerra dormida que enfrentará a los que son parte y sustento de una misma patria, porque no tardarán en ser visibles en el interior de la ciudad dos bandos de enemigos, que ayer vivían en paz. La guerra dejará sin su amable juventud a muchos hombres y llenará de tumbas los campos de cultivo. Mientras los males vienen rodando a nuestro encuentro, muchos de los pobres han de marchar a tierras extranjeras donde se olvidan de su lengua  y de su patria, o son vendidos como esclavos para pagar sus deudas. ¡Vedlos pasar portando en sus cuellos argollas y lazos de metal!”.
El texto que precede es la traducción prácticamente literal de un poema en una lengua extranjera. Entendiendo como metáforas muy significativas algunas expresiones del mismo, en nada nos extrañaría que fuera de un poeta actual. Y compatriota. Sin embargo es una Elegía de Solón, poeta y estadista griego que anduvo por este mundo hace ya dos mil setecientos años.
Sírvanos como ejemplo de que, por mucho que hayamos progresado en mil aspectos, como en un ciclo malvado que gira eternamente, cada época ha de afrontar problemas similares. 
Solón habla en ese poema, describiendo la sociedad de su tiempo, del saqueo de la patria en propio beneficio de los que tienen posibilidad de hacerlo, de la corrupción de los gobernantes que en nada se preocupan de la ciudadanía y mucho de su propio beneficio, sin respetar los principios de justicia que garantizan la paz social; del empobrecimiento – esclavitud, incluso,- de los ciudadanos y del estallido de la revuelta social. Empobrecidos y perseguidos por sus deudas los ciudadanos  desafortunados han de buscarse el futuro en tierra extraña o arrostran la posibilidad de  ser desprovistos de la condición de ciudadanos libres.
¿Estaba escribiendo, acaso, una profecía referida al presente que vivimos…? ¡No! Hablaba de su tiempo y de su patria. Toda la tierra, el capital de entonces, estaba en manos de unos pocos y los más pobres vivían en las propiedades de los ricos, como mano de obra imprescindible para la explotación de aquellas grandes extensiones de terreno y casi sin libertad de movimiento. Debían pagar altos arrendamientos – cinco sextas partes de la cosecha- a los dueños de la tierra y cuando esa cuota no alcanzaba las proporciones estipuladas, contraían una deuda que avalaban con su propia persona. Por tanto el campesino y sus hijos podían ser utilizados o vendidos como esclavos. Las deudas se pagaban con la propia vida que dejaba de pertenecerte al perder tu libertad. Y sobre muchas tierras se había clavado la marca de propiedad hipotecada, un mojón con la inscripción correspondiente. La economía local era una maquinaria estropeada e inútil para solucionar las necesidades de la mayor parte de los hombres de aquella sociedad.
El campesino debía, además, servir en el ejército como hoplita, soldado de infantería, y defender codo con codo junto a otros como él, las riquezas de otros y la independencia de su polis. Cuando toma conciencia de que su aportación al sistema es primordial para mantenerlo vigoroso, llega a la conclusión de que aceptar esa injusta distribución de la riqueza es degradante, una muestra de sumisión intolerable para la conciencia de un ciudadano libre.
Las revueltas y los conflictos civiles no se hicieron esperar y hubo que poner fin a aquella situación con respuestas políticas, con leyes. Eran otros tiempos. La sociedad delegaba en mediadores y se les otorgaba una autoridad considerable para poner orden en la situación inaceptable para un ser racional y para una sociedad que considera la guerra civil el peor de los males. Solón es considerado como el gran reformador ateniense, y, si bien sus reformas no  a todos dieron satisfacción, hubo indudables avances hacia la paz social y el equilibrio. Algún tiempo después él en persona nos explica su programa en verso. Era también poeta como queda dicho.
“… A la negra tierra yo le arranqué los mojones hincados por doquier. Traje a Atenas a muchos que la tenían por patria hasta que fueron vendidos como esclavos, algunos ya se habían olvidado de su lengua. Y a otros que aquí mismo sufrían la infame esclavitud los hice libres, combinando la fuerza y la justicia. Frente a todos me revolví como un lobo al que acosan los perros, y escribí leyes para el rico y el pobre encajando a cada uno en la recta sentencia. A ninguno deje vencer injustamente…”
Es decir, anuló las hipotecas que pendían sobre las propiedades y que absorbían con sus intereses el esfuerzo de mucha gente humilde sin permitirles vivir con dignidad, rescató a los ciudadanos atenienses que vivían como esclavos en otras ciudades, y liberó a los que habían sido esclavizados en Atenas; antepuso el hombre a los intereses económicos y a leyes injustas y les devolvió su condición de ciudadanos; redistribuyó propiedades ampliando la capa social de los propietarios y reorganizó la sociedad que comenzó a alumbrar ya la incipiente democracia ateniense.
Algunos cambios fundamentales se producen con las reformas de Solón. Las obligaciones y derechos quedaban establecidos en la ley, La Constitución Ateniense. Cualquiera podía emprender acciones ante los tribunales a favor de los agraviados. Y los tribunales ya no estaban en manos de la Aristocracia, sino que se constituían por sorteo entre todos los ciudadanos
La organización social y política que surgió de su reforma no evitó conflictos; establecía la importancia de los individuos y un nivel de derechos desigual, cuya base era el tamaño de las propiedades agrarias poseídas. Pero la sociedad del Ática comienza su lento recorrido hacia la primera democracia occidental. Los ciudadanos comienzan a organizar primitivos partidos políticos con líderes brillantes y reconocidos que aspiran a conseguir el poder en la Asamblea y en el gobierno de la ciudad. Conocemos, al menos tres facciones que aventuran el futuro de la democracia de partidos, Los Eupátridas, grandes propietarios de las tierras más ricas del centro del Ática y que representan los intereses de la aristocracia terrateniente; los artesanos, comerciantes, marineros y pequeños propietarios de la costa; y los campesinos pobres y asalariados de las tierras más pobres del norte de la región. En muchas ocasiones los dos últimos grupos pactarán entre sí para desplazar del poder a la aristocracia, que nunca compartió las reformas de Solón definitivamente.
Obviamente, aquella gente encontró un camino para mejorar las condiciones de sus vidas. Por eso los traigo a estos escritos.


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