viernes, 11 de abril de 2014

14.- Si las arañas unen sus telas, matarán al león ( Proverbio etíope)

                 Denunciar las dificultades de esta forma parece una incitación a entregar las armas, incluso antes de haber comenzado la batalla. Nada más lejos de mi intención; pero, reconocer las dificultades de la empresa y establecer las estrategias adecuadas para llevarla a cabo resulta imprescindible.
            ¿Habrá salida? Debe haberla o estaremos negando el propio devenir de la Historia. Pero, ¡cuidado!, es previsible que el propio sistema capitalista nos ofrezca alguna puerta de emergencia para garantizar su supervivencia. La crisis financiera -2007/08- provocó una recesión, retroceso de la producción de riqueza,  con efectos visibles en cualquier lugar del mundo.
            Se establecieron como medidas correctoras una austeridad drástica, disminución, brutal en algunos casos, de los gastos que el Estado destina a los Servicios Públicos que garantizan, no debemos olvidarlo, la “Isonomía” de la democracia primigenia – igualdad de los ciudadanos ante la Ley- y la reducción de los salarios.
            Lejos de sacarnos de la crisis, y cualquier observador al que la defensa irracional de su propia ideología no le prive de la capacidad de sacar conclusiones de una observación somera de la realidad puede constatarlo, dichas medidas nos hunden progresivamente en una crisis que devora el futuro de millones de personas. La recesión se hace fuerte cada día en más países de la tierra. Mataron a Keynes, pero justo en el momento de su funeral definitivo, en el mismo cementerio, el capitalismo actual estaba empezando a cavar su propia tumba.
            Y a pesar de su defensa terca de las medidas iniciales, comienzan a verle las orejas al lobo. Les importa un bledo nuestra condición de seres humanos, pero intentarán salvaguardar nuestra condición de consumidores para garantizar sus beneficios.
            No basta. Han convertido la crisis económica, debida a sus errores, en una oportunidad de mejorar sus posiciones de dominio en la partida de ajedrez que juegan contra el Estado democrático. Pues, hagamos lo mismo. Si hay que jugar, juguemos aunque nuestra posición de salida sea  más débil.
            Si hacemos memoria, Nicolás Sarkozy, a la sazón presidente de la República Francesa, hizo célebre una frase a los comienzos de la crisis. Se refería a que la misma suponía una magnífica oportunidad para la reforma del capitalismo. No concretó demasiado. Pero, como la primera acepción de la palabra “reforma” que se nos viene a la cabeza está relacionada con arreglar algo cuyo funcionamiento se nos antoja defectuoso, impulsados por nuestra propia necesidad de que por fin los Estados europeos pusieran freno al monstruo, alimentamos una esperanza difusa durante un breve periodo de tiempo.
            O no entendimos su mensaje, o él sobrevaloró la voluntad de los gobiernos europeos, o quería decir “transformación” y no “reforma”. Porque lo que estamos contemplando es la transformación del viejo Leviatán que siempre merodeó por nuestras vidas en un monstruo mayor, más voraz, más invasivo de la vida política, más agresivo en el ataque a los derechos de  los pueblos y las naciones, más dispuesto a establecer la supremacía del beneficio sobre la dignidad humana.
            Nos toca defendernos.
            Lo que sigue es sólo el enunciado. La estrategia que convendría seguir se concibió como la tercera parte de este documento. Tiempo habrá para reflexionar de forma más coherente.
            El primer paso ya está dado, aunque habrá que redoblar nuestros esfuerzos. El primer paso – y lo veremos en ese breve paseo que tengo prometido- es siempre la toma de conciencia. Bulle la red de corresponsales voluntarios que dan cuenta en su crónica diaria de casi toda la indignidad con la que nos cubre la complicidad contra natura del capitalismo ultraliberal  y una buena parte de los gobiernos de la tierra, cómplices imprescindibles en su consolidación como fuerza omnipotente, que se enseñorea de nuestras vidas y nos arrebata los derechos duramente conquistados con absoluta impunidad.  Aunque una buena parte de esa indignidad es sólo un presentimiento, porque escapa a nuestro conocimiento exacto. Los crímenes más cruentos los esconde el sistema en arcones de plomo, impenetrables a nuestros procedimientos de control.
                        El segundo paso es la manifestación de fortaleza, de número. También será una constante en las explosiones de indignación que han precedido a ésta a la largo de la Historia, pero hay que crecer aun bastante más.  Y eso no debería resultarnos complicado. Somos innumerables los que pensamos que esto no funciona. Tenemos una procedencia muy plural, pero hay algo que nos une, el convencimiento de que es necesario transformar el sistema para devolverle su operatividad. Y conocemos las causas.
            El objetivo es que quienes ostentan el poder político o los que aspiran a ostentarlo valoren la importancia de contar con nuestro voto. Será el momento de imponer el verdadero sentido de la democracia participativa. ¿Quieres mi voto? ¡Que mis demandas sean también las tuyas! ¡Que tu programa acoja mis propuestas! Si juntamos la fuerza suficiente, tendremos la oportunidad para romper el pacto criminal que ha viciado el sistema democrático.
            Pero harán falta muchas arañas para matar al león. Y, además, las arañas necesitarán mucha coherencia, trabajar unidas a pesar de la más que previsible disparidad en asuntos importantes. Habrá que establecer prioridades para evitar la dispersión, para evitar actitudes cainitas, para evitar la debilidad que se deriva de quienes anteponen su propio liderazgo a la consecución de los objetivos comunes... En fin, los riesgos son incontables, pero la empresa los merece. 
            Este segundo paso nos planteará cuestiones primordiales. ¿Partidos? ¿Qué partidos, si ya hemos dicho que no nos representan?  ¿Qué propuestas, si tenemos centenares? ¿Cómo generar una propuesta consensuada y útil?
            Intentaré dar respuesta a esas cuestiones en las páginas siguientes.
            El  tercer paso es mucho más complejo. La degeneración del sistema democrático no es un problema local, sino global. Es un problema común de cualquier democracia de la tierra. Y en los lugares a los que la democracia no ha llegado, las consecuencias de la libre actuación del capital adquieren proporciones de plaga bíblica sobre la vida de los seres humanos.  
            La toma de conciencia ha de traspasar cualquier frontera. No es nuevo. Lo intuyeron  Marx, Engels y Bakunin en la segunda mitad del siglo XIX, cuando fundaron la Primera Internacional Obrera. Mencionar a estos tres individuos puede que provoque sorpresa en el lector. Si Keynes, pensador capitalista y defensor del sistema, supone un riesgo para la integridad del Leviatán, ¿qué decir de estos tres viejos diablos que se habrán consumido ya, sin duda, en el infierno del olvido? ¿Cómo se atreve nadie siquiera a mencionarlos? Entonces la globalidad era una quimera, pero los intereses y los procedimientos del capitalismo eran similares a los que esgrime hoy. Idénticos eran su discurso y su maldad.  La Primera Internacional fracasó por las profundas disensiones internas entre socialistas y anarquistas, pero, sobre todo, porque la Primera Guerra Mundial alimentó el sentimiento nacionalista por encima de la conciencia de clase. Y Alemania, la eficaz y puritana dominadora de Europa, la que nos guía por el sendero de la ruina según conviene a sus intereses, no fue ajena a la catástrofe. Llegó tarde a ese crimen europeo que la Historia define como colonialismo del siglo XIX. Su burguesía industrial no se conformó con el reparto. Su ambición removió el avispero de los viejos imperios y las aspiraciones nacionalistas. Europa decidió cavar trincheras y la naciente solidaridad obrera quedó enterrada en los terraplenes de tierra removida.
            Pero ahora no tenemos una guerra en ciernes, salvo la guerra enconada e incruenta que libramos contra quienes intentan sojuzgarnos. Y como entonces, la indignación de aquellos a quienes se les arrebata su soberanía, es también global. Y hoy, la información tiene autopistas que atraviesan el mundo, que alcanzan a casi todos los rincones. Entonces, los movimientos obreros transformaron la injusta sociedad surgida de la revolución industrial. Entretejieron sus tenues telas de forma laboriosa, pagando en ocasiones con la propia vida. Nuestra empresa ha de resultar mucho más fácil.

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