¿Qué empuja a esta gente a tomar las plazas?
Esta es la pregunta más frecuente que oímos en torno al movimiento 15 M.
En realidad ha sucedido infinidad de veces. Hemos tomado plazas, colinas,
puertos, Bastillas, y cabezas coronadas en muchos momentos de la historia. Y siempre por la misma razón, para reivindicar nuestro derecho a participar en
la toma de decisiones que afectan profundamente a nuestras vidas o para
rechazar las decisiones que otros toman suplantando nuestra voluntad.
Fuera o no un objetivo programado, de lo que no cabe duda es de que, desde que
comenzaron los desajustes económicos en 2007 por los errores del capitalismo
financiero de los EE. UU. , se está produciendo un lento e
inexorable golpe de estado encubierto en las democracias
occidentales.
Quienes lo dirigen son las organizaciones que controlan las finanzas a nivel
mundial. Tienen el dinero. Billones de euros circulan cada día por los mercados
manipulando la economía mundial, rediseñando a su antojo nuestras vidas,
devaluando conquistas sociales y los derechos ciudadanos que nos ha costado siglos
conquistar. El dinero es el cebo con el que pescan en los caladeros más
influyentes de la sociedad; tienen como aliados necesarios a infinidad de medios
de comunicación y a una buena parte de los sectores más influyentes de la
política y de la cultura oficial.
Apoyados en esos instrumentos, han logrado también convertir en sus seguidores,
en el colmo de la incoherencia, a los más perjudicados por la situación
económica y laboral, que otorgan mayorías demoledoras al enemigo natural.
La finalidad última de quienes instigan este golpe de estado paulatino y
progresivo es obvia, al menos en Europa, donde los Estados son garantes de infinidad
de derechos y servicios.
El objetivo
es sustituirlo, dejar al Estado sin sus funciones redistributivas y
reguladoras. Pero precisamente ése es el Estado que hemos perseguido con
cada uno de los episodios revolucionarios que jalonan la historia moderna, un
Estado que regule las relaciones entre los económicamente desiguales, que nos
garantice la igualdad efectiva ante la ley y que no permita que se nos
discrimine por nuestras posiciones morales o políticas.
Se trata, en realidad, de una dura partida de ajedrez en la que la
humanidad se está jugando sus condiciones de vida y sus derechos. Hemos
cometido, a lo largo de la Historia, infinidad de errores. Esta partida se
juega desde los orígenes de la humanidad y aún nos empeñamos en seguir
jugándola. Los intereses, el afán de riqueza y de dominio condicionan nuestro
comportamiento como especie. Y eso nos convierte en una especie terrible.
Pero esta evidencia carece de lógica.
Tenemos la inteligencia con la que la Evolución nos ha dotado, y los
principios morales que derivan de nuestra propia observación de la vida y de
las relaciones con nuestros iguales y con el resto de la naturaleza en la que
la vida, ese azar sin parangón en el universo infinito, ha tenido la
fortuna de encontrar acomodo.
La mayor parte de la humanidad es noble y solidaria. Meted vuestra nariz en la
amplia y creíble bibliografía que han generado los antropólogos y veréis
que somos una especie extraordinaria y afortunada.
Llevadas al extremo las razones de mi afirmación, somos la única especie
conocida capaz de manifestar amor con su palabra. La única que puede decir no a
los impulsos instintivos. En realidad, la única especie libre y, por tanto,
responsable de sus propios actos. La única, en suma, capaz de predecir el
futuro y modificarlo desde el presente con nuestro comportamiento.
Pero somos terribles. Para la naturaleza y para nosotros mismos.
Y ello es consecuencia de esa partida que se está jugando desde el principio de
los tiempos y que el Mito ha reflejado perfectamente desde que tuvimos la
capacidad de representar nuestros defectos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario