lunes, 3 de febrero de 2014

1.-Tomemos las plazas

           ¿Qué empuja a esta gente a tomar las plazas?
      Esta es la pregunta más frecuente que oímos en torno al movimiento 15 M.
        En realidad ha sucedido infinidad de veces. Hemos tomado plazas, colinas, puertos, Bastillas, y cabezas coronadas en muchos momentos de la historia. Y siempre por la misma razón, para reivindicar nuestro derecho a participar en la toma de decisiones que afectan profundamente a nuestras vidas o para rechazar las decisiones que otros toman suplantando nuestra voluntad.
         Fuera o no un objetivo programado, de lo que no cabe duda es de que, desde que comenzaron los desajustes económicos en 2007 por los errores del capitalismo financiero de los EE. UU. , se está produciendo un lento e inexorable golpe de estado encubierto en las democracias occidentales.
       Quienes lo dirigen son las organizaciones que controlan las finanzas a nivel mundial. Tienen el dinero. Billones de euros circulan cada día por los mercados manipulando la economía mundial, rediseñando a su antojo  nuestras vidas, devaluando conquistas sociales y los derechos ciudadanos que nos ha costado siglos conquistar. El dinero es el cebo con el que pescan en los caladeros más influyentes de la sociedad; tienen como aliados necesarios a infinidad de medios de comunicación y a una buena parte de los sectores más influyentes de la política y de la cultura oficial.
         Apoyados en esos instrumentos, han logrado también convertir en sus seguidores, en el colmo de la incoherencia, a los más perjudicados por la situación económica y laboral, que otorgan mayorías demoledoras al enemigo natural.
        La finalidad última de quienes instigan este golpe de estado paulatino y progresivo es obvia, al menos en Europa, donde los Estados son garantes de infinidad de derechos y servicios.
     El objetivo es sustituirlo, dejar al Estado sin sus funciones redistributivas y reguladoras. Pero  precisamente ése es el Estado que hemos perseguido con cada uno de los episodios revolucionarios que jalonan la historia moderna, un Estado que regule las relaciones entre los económicamente desiguales, que nos garantice la igualdad efectiva ante la ley y que no permita que se nos discrimine por nuestras posiciones morales o políticas.
            Se trata, en realidad, de una dura partida de ajedrez en la que la humanidad  se está jugando sus condiciones de vida y sus derechos. Hemos cometido, a lo largo de la Historia, infinidad de errores. Esta partida se juega desde los orígenes de la humanidad y aún nos empeñamos en seguir jugándola. Los intereses, el afán de riqueza y de dominio condicionan nuestro comportamiento como especie. Y eso nos convierte en una especie terrible.
         Pero esta evidencia carece de lógica.
        Tenemos la inteligencia con  la que la Evolución nos ha dotado, y los principios morales que derivan de nuestra propia observación de la vida y de las relaciones con nuestros iguales y con el resto de la naturaleza en la que la vida, ese azar sin parangón en el universo infinito, ha tenido  la fortuna de encontrar acomodo.
           La mayor parte de la humanidad es noble y solidaria. Meted vuestra nariz en la amplia  y creíble bibliografía que han generado los antropólogos y veréis que somos una especie extraordinaria y afortunada.
       Llevadas al extremo las razones de mi afirmación, somos la única especie conocida capaz de manifestar amor con su palabra. La única que puede decir no a los impulsos instintivos. En realidad, la única especie libre y, por tanto, responsable de sus propios actos. La única, en suma, capaz de predecir el futuro y modificarlo desde el presente con nuestro comportamiento.
       Pero somos terribles. Para la naturaleza y para nosotros mismos.
       Y ello es consecuencia de esa partida que se está jugando desde el principio de los tiempos y que el Mito ha reflejado perfectamente desde que tuvimos la capacidad de representar nuestros defectos.


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