martes, 4 de febrero de 2014

2.- Los contrincantes, las piezas sacrificables

        Juegan esta partida cínica ante nuestros propios ojos. A un lado de este tablero se sienta  el capitalismo deseoso de recuperar posiciones de dominio : dejar al Estado, debilitado por la situación económica y financiera y por su dependencia de la deuda, sin su capacidad reguladora en las relaciones económicas y laborales (abaratar despidos, eliminar convenios colectivos, asociar salario a productividad, establecer el copago en servicios que nos garantiza la constitución, alargar la vida laboral, modificar el sistema de pensiones… en fin, un salto atrás en la historia de las relaciones laborales y en la calidad de vida de la población que depende de su trabajo para vivir).  Esas son las piezas que irán cayendo de forma inevitable. Y en el nombre indiscutible del  necesario crecimiento.
             En suma, que los factores productivos reduzcan su coste. Y que el Estado, productor de servicios que financia con impuestos, quede reducido a su mínima expresión. 
            Cualquier medida, menos tocar sus beneficios. Pues de ese crecimiento se trataba.
         Si la izquierda europea, los partidos socialdemócratas, no hubiera perdido su identidad y sus raíces, probablemente la crisis se afrontaría con otros instrumentos. Pero esta crisis la está gestionando la derecha europea. Y, en España, la gestionará en breve, tal como anuncian las encuestas. (Buena parte de Los indignados de ayer se escribió antes de las elecciones generales de noviembre de 2011).
            Y nos dirán desde la derecha política que no hay otro camino. Y ganarán las elecciones con el beneplácito, en forma de voto, de los más desprotegidos. Por eso la nunca suficientemente ponderada educación es tan necesaria para el progreso verdadero de los pueblos.
            Primero, para no dejarse manipular. En segundo lugar, para inventar caminos racionales, justos y beneficiosos para la mayoría. Y la tercera razón, para regular el comportamiento del capitalismo, para obligarlo a controlar el ansia de enriquecimiento a corto plazo y a aceptar unas reglas de juego que incluyan en el contrato social unos beneficios moderados y a largo plazo que permita subsistir al sistema, aunque no sea este el modelo de sistema que pueda generarnos confianza. 
            Al otro lado del tablero de esta feroz partida de ajedrez –eso desearíamos y esa sería su obligación- deberían estar sentados los Estados en su vertiente de representación política de los ciudadanos y a quienes hemos encomendado defender las garantías que las constituciones nos otorgan, como derecho al trabajo, a la vivienda, a leyes justas, a participar de los beneficios sociales y económicos que nuestro trabajo y nuestra organización ciudadana nos generan
            Ya sabéis quien gana la partida por ahora.
           Y en ella muchos perderemos, pero habrá  diferentes tipos de perdedores.
            De una parte, los que algo o mucho perderán, pero mantendrán medios de supervivencia, aunque sean precarios; en esa posición están quienes puedan mantener un puesto de trabajo, aunque con importantes mermas de salario y de derechos.
            De otra, los que lo perderán todo cuando hayan perdido su puesto de trabajo, y, como la crisis parece duradera, la prestación por desempleo. Ahí justamente empezará un drama desconocido y duro.
            Y, en tercer lugar, los que no tienen nada que perder, porque a pesar de los principios bienintencionados de la Constitución, aún no han conocido como propios derechos fundamentales recogidos en ella.
      Entre los teóricos a los que el capital les ha encomendado la rentable labor de confundirnos, alguno habrá dispuesto a defender la tesis de que esta crisis es una situación generada por las diferencias entre los propios perdedores, por la economía dual, como la llaman, por la "injusta" situación de que todavía haya algunas personas con trabajo fijo. Ya se ha hecho antes. Es una estrategia que, a veces, genera beneficios. “Hagamos que los muy pobres vuelquen su ira contra los que son sólo medianamente pobres. Mientras, sigamos nosotros con la fiesta”. Como más adelante contaré, es "Ricardismo" puro. Como referencia, los salarios y la precariedad de derechos de los trabajadores en otras latitudes, fundamentalmente en China. Si aceptáramos ser chinos, quizá la cosa iría mejor. Eso nos dicen.

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