Esa
es la tesis dominante de los usurpadores de nuestras conquistas políticas y
sociales e intentan grabarla a fuego en el pensamiento perezoso. Hemos
vivido por encima de nuestras posibilidades, y ahora pagamos esa irresponsabilidad.
Y la verdad es que en buena parte de la gente el argumento interesado ha hecho
mella.
Somos muy propensos a magnificar nuestros propios defectos; creo que nos
viene de la influencia de la Iglesia durante la Edad Media. Mientras más
convencidos de los propios pecados, más necesitados de la penitencia que nos
impongan para conseguir la tranquilidad moral. No lo comparto. Me enorgullece
este país en infinidad de aspectos. Será porque conocer las condiciones que nos
ha tocado vivir durante buena parte de la historia de la humanidad me hacer ser
más comprensivo con nuestros defectos. Y, si alguien piensa que somos más
propensos que los demás europeos a caer en tentaciones, se equivoca.
Hemos de aceptar que la crisis
nos afecta de manera más dura que a otros países, porque es cierto.
Las
causas están en nuestra historia. Especialmente, en nuestra historia
moderna y en el comportamiento de sus clases dominantes, zafias, autoritarias,
incultas, aislacionistas, que tuvieron a gala despreciar el progreso, la
ciencia y el pensamiento laico que la hace posible.
Así que los que se empeñan en afirmar
taxativamente que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades y que ahora
nos toca una justa penitencia, sencillamente faltan a la verdad. Es la tesis de
la derecha para justificar recortes, que atentan, incluso, contra los
principios democráticos que garantizan la igualdad ante la Ley.
Hagamos memoria.
En los momentos en que se estaba configurando la actual Unión Europea
fluyó mucho dinero desde los países ricos hacia los recién llegados, que eran
también más pobres; entre ellos España. Fue una mezcla de Plan Marshall y de
procedimiento colonial. De una parte colaboraban en nuestro desarrollo
económico para convertirnos en nuevos clientes de sus excedentes
industriales; de otra, encontraban yacimientos nuevos de inversión para sus
excedentes de dinero. Ofrecíamos ventajas indudables: nuestra mano de obra era
una de las más baratas de Europa; igualmente, nuestro nivel impositivo sobre la
actividad empresarial era más bajo que en la mayoría de los países ricos de la
Unión. Y el agradecimiento de los gobiernos españoles, encantados de encontrar
esa colaboración en la empresa de modernizar el país, se manifestó en forma de
facilidades para el desarrollo de sus inversiones. Dejaban ocupación, ingresos
en las arcas del Estado mediante los impuestos, cotizaciones a la Seguridad
Social, consumo activado de forma creciente y natural.
Todos contentos.
Los ahorros alemanes inundaron las costas del sur de España de urbanizaciones,
hoteles y campos de golf. Buena parte de esas propiedades fueron a parar a
manos de jubilados ricos europeos que se garantizaban a precio razonable una
inversión segura, en principio rentable, y una propiedad donde pasar los crudos
meses invernales de Europa con un clima benigno, precios muy bajos, buena
comida y una sociedad tolerante y agradecida por su presencia. Los lugares de
veraneo encontraban en esta iniciativa un instrumento para paliar los efectos
de la estacionalidad.
Todos contentos.
La necesidad de liberar - recalificar- terrenos produjo también una excrecencia
deleznable de oportunistas y políticos venales. La corrupción política ha
tejido una maraña difícil de desentrañar en ocasiones hasta para la justicia.
Prácticamente no habrá un partido político, que haya tenido responsabilidades
de gobierno, que no tenga cadáveres en la alacena.
Mientras la situación produjo dividendos a los países ricos, todo iba bien. El
sistema financiero españoles se sumó al festín. Los gobiernos de Aznar
potenciaron la actividad constructora de forma irracional. La burbuja
inmobiliaria, nuestro flanco más débil en esta crisis, ya que ha puesto en
peligro a la Banca, estaba en la olla rápida, cocinándose a toda velocidad. El
mito irracional del crecimiento infinito ha reventado ya, dejando el paisaje
español llenos de urbanizaciones vacías en medio de campos abandonados al calor
del beneficio rápido del urbanismo desmesurado.
Cuando la situación financiera
internacional ha sufrido el terremoto que conocemos bien, la Unión Europea ha puesto
de manifiesto los errores de su diseño, su escasa cohesión política para afrontar
las consecuencias.
Los países ricos, los inversores, se empeñan en contemplar
la crisis como un problema de deuda pública de cada estado. Solicitan que los más
afectados establezcan ajustes que suponen graves recortes en los servicios públicos
y en las condiciones de los trabajadores por cuenta ajena. De hecho, se puede decir
que hay ya varias Europas en cuanto a la situación real de los derechos de la ciudadanía
y a las consecuencias de las crisis sobre sus vidas.
Europa permite que sean los propios mercados, es decir,
el capitalismo especulador, los que establezcan la hoja de ruta a los estados nacionales.
El BCE no actúa como órgano regulador y corrector, cosa que haría cualquier banco
nacional. Eso percibimos. Y percibimos que sigue los dictados de Alemania, que se
erige de hecho en el auténtico gobierno europeo. Su deuda le sale barata. Su industria
exporta. De este modo la situación no es mala para ellos. Nosotros percibimos que
es una actitud insolidaria. No hemos elegido a Merkel para que gobierne a Europa;
especialmente porque sus imposiciones no son medidas de gobierno europeo, sino medidas
de protección a la economía alemana.
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