miércoles, 19 de febrero de 2014

7.- ¿Por encima de nuestras posibilidades...?

            Esa es la tesis dominante de los usurpadores de nuestras conquistas políticas y sociales e intentan grabarla a fuego en el pensamiento perezoso. Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, y ahora pagamos esa irresponsabilidad.  
            Y la verdad es que en buena parte de la gente el argumento interesado ha hecho mella.
             Somos muy propensos a magnificar nuestros propios defectos; creo que nos viene de la influencia de la Iglesia durante la Edad Media. Mientras más convencidos de los propios pecados, más necesitados de la penitencia que nos impongan para conseguir la tranquilidad moral. No lo comparto. Me enorgullece este país en infinidad de aspectos. Será porque conocer las condiciones que nos ha tocado vivir durante buena parte de la historia de la humanidad me hacer ser más comprensivo con nuestros defectos. Y, si alguien piensa que somos más propensos que los demás europeos a caer en tentaciones, se equivoca.
     Hemos de aceptar que la crisis nos afecta de manera más dura que a otros países, porque es cierto.
            Las causas están en nuestra  historia. Especialmente, en nuestra historia moderna y en el comportamiento de sus clases dominantes, zafias, autoritarias, incultas, aislacionistas, que tuvieron a gala despreciar el progreso, la ciencia y el pensamiento laico que la hace posible.
              Así que los que se empeñan en afirmar taxativamente que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades y que ahora nos toca una justa penitencia, sencillamente faltan a la verdad. Es la tesis de la derecha para justificar  recortes, que atentan, incluso, contra los principios democráticos que garantizan la igualdad ante la Ley.
            Hagamos memoria.
            En los momentos en que se estaba configurando  la actual Unión Europea fluyó mucho dinero desde los países ricos hacia los recién llegados, que eran también más pobres; entre ellos España. Fue una mezcla de Plan Marshall y de procedimiento colonial. De una parte colaboraban en nuestro desarrollo económico para convertirnos en nuevos  clientes de sus excedentes industriales; de otra, encontraban yacimientos nuevos de inversión para sus excedentes de dinero. Ofrecíamos ventajas indudables: nuestra mano de obra era una de las más baratas de Europa; igualmente, nuestro nivel impositivo sobre la actividad empresarial era más bajo que en la mayoría de los países ricos de la Unión. Y el agradecimiento de los gobiernos españoles, encantados de encontrar esa colaboración en la empresa de modernizar el país, se manifestó en forma de facilidades para el desarrollo de sus inversiones. Dejaban ocupación, ingresos en las arcas del Estado mediante los impuestos, cotizaciones a la Seguridad Social, consumo activado de forma creciente y natural.
            Todos contentos.
            Los ahorros alemanes inundaron las costas del sur de España de urbanizaciones, hoteles y campos de golf. Buena parte de esas propiedades fueron a parar a manos de jubilados ricos europeos que se garantizaban a precio razonable una inversión segura, en principio rentable, y una propiedad donde pasar los crudos meses invernales de Europa con un clima benigno, precios muy bajos, buena comida y una sociedad tolerante y agradecida por su presencia. Los lugares de veraneo encontraban en esta iniciativa un instrumento para paliar los efectos de la estacionalidad.
            Todos contentos.
            La necesidad de liberar - recalificar- terrenos produjo también una excrecencia deleznable de oportunistas y políticos venales. La corrupción política ha tejido una maraña difícil de desentrañar en ocasiones hasta para la justicia. Prácticamente no habrá un partido político, que haya tenido responsabilidades de gobierno, que no tenga cadáveres en la alacena.
            Mientras la situación produjo dividendos a los países ricos, todo iba bien. El sistema financiero españoles se sumó al festín. Los gobiernos de Aznar potenciaron la actividad constructora de forma irracional. La burbuja inmobiliaria, nuestro flanco más débil en esta crisis, ya que ha puesto en peligro a la Banca, estaba en la olla rápida, cocinándose a toda velocidad. El mito irracional del crecimiento infinito ha reventado ya, dejando el paisaje español llenos de urbanizaciones vacías en medio de campos abandonados al calor del beneficio rápido del urbanismo desmesurado.
    Cuando la situación financiera internacional ha sufrido el terremoto que conocemos bien, la Unión Europea ha puesto de manifiesto los errores de su diseño, su escasa cohesión política para afrontar las consecuencias.
     Los países ricos, los inversores, se empeñan en contemplar la crisis como un problema de deuda pública de cada estado. Solicitan que los más afectados establezcan ajustes que suponen graves recortes en los servicios públicos y en las condiciones de los trabajadores por cuenta ajena. De hecho, se puede decir que hay ya varias Europas en cuanto a la situación real de los derechos de la ciudadanía y a las consecuencias de las crisis sobre sus vidas.
      Europa permite que sean los propios mercados, es decir, el capitalismo especulador, los que establezcan la hoja de ruta a los estados nacionales. El BCE no actúa como órgano regulador y corrector, cosa que haría cualquier banco nacional. Eso percibimos. Y percibimos que sigue los dictados de Alemania, que se erige de hecho en el auténtico gobierno europeo. Su deuda le sale barata. Su industria exporta. De este modo la situación no es mala para ellos. Nosotros percibimos que es una actitud insolidaria. No hemos elegido a Merkel para que gobierne a Europa; especialmente porque sus imposiciones no son medidas de gobierno europeo, sino medidas de protección a la economía alemana.



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